flamenco-granada

Ha sido una suerte para todos los españoles que algo tan unido a nuestro sentimiento y a nuestra cultura, como el cante y el baile flamenco, haya sido galardonado con el distintivo de Patrimonio de La Humanidad.

Parece obra casi de magia que un arte, el flamenco, que vivió durante tantos siglos de los prostíbulos y en las tabernas más marginales, haya recibido un galardón y un reconocimiento que le suponen que, a pesar de haber sido menospreciado durante siglos por las clases españolas más acomodadas, ha recibido las bendiciones del máximo organismo responsable de defender la cultura mundial. Es algo así como un doctorado, por los honores de una causa, que sus practicantes se habían merecido siempre y que nunca les había sido otorgado. Ahora podemos presumir todos los españoles, y los granadinos por partida doble, por españoles y por granadinos, de haber logrado que se nos reconozca esta nueva aportación a la Cultura Mundial. Los granadinos hemos de sentirnos orgullosos en la doble vertiente de generadores del arte flamenco y de haberlo conservado durante siglos, porque el arte flamenco es un arte netamente granadino, nacido en Granada, conservado en Granada, madurado en Granada y exportado desde Granada a todas las tierras de las inmediaciones.

En ese apostolado laico que algunos dirigentes políticos ejercen sobre todo aquello positivo que se genera al sur de la sierra con el nombre más bello del mundo, La Sierra Morena, sierra tan dulce y amorosa como una amante sincera y dura y rocosa como la madre que ha de defender a sus hijos, Granada, una vez más entre tantas, ha quedado marginada, como ocurre en tantas ocasiones, incluso, con el mismo cante y el mismo baile flamenco. Porque el cante y el baile flamenco no son andaluces en absoluto, NI SIQUIERA SON ANDALUSÍES, que no son el mismo gentilicio, sino que es un arte, granadino en su origen, que nació, como digo anteriormente, en Granada y que fueron Granada y los granadinos quiénes lo exportaron fuera de nuestra tierra, a Andalucía, con la colaboración de la aristocracia andaluza. Y a los documentos históricos me remito para mantener mis afirmaciones:

Corría el año de gracia de 1,566 cuando el abogado morisco (doctores tiene el templo del saber que confunden el significado de la palabra de morisco, sustantivo y adjetivo, con el de mudéjar, cuando esa afirmación es falsa, porque los moriscos fueron todos los musulmanes granadinos cuando Boabdil abandonó el REINO, mientras que mudéjar procede de la palabra MUDACHAN, que significa tributario, y todos los musulmanes granadinos fueron moriscos pero NO TODOS FUERON TRIBUTARIOS, NO TODOS FUERON MUDÉJARES), don Francisco Núñez Muley, expirado el plazo de gracia de CUARENTA AÑOS de tolerancia hacia su lengua, su religión y sus costumbres que, encabezados por éste, le habían comprado al Único Emperador, en Granada, durante su viaje de luna de miel, en ochenta mil doblas de oro, más otras veinte mil que se repartieron los clérigos y caballeros de su séquito, le dirige un escrito al rey Felipe II porque los clérigos nacionales, tras la «Reunión de La Capilla Real», le habían pedido que cristianizara las «cerimonias», la lengua, la vestimenta, los hábitos y las costumbres de los moriscos granadinos. El cardenal Espinosa, entonces primado de España y confesor del rey, y don Pedro de Deza, presidente de la Real Chancillería de Granada, se veían impulsados por la Inquisición y por la envidia de los cristianos viejos, los nuevos repobladores

del Reino de Granada, que, aunque gozaban de pingües ayudas reales, ansiaban meter la mano en los bienes de los moriscos. Don Francisco Núñez Muley, anciano y longevo aunque clarividente y de una mente privilegiada, que fue acólito de Fray Hernando de Talavera en las primeras procesiones del Corpus, elevó un escrito al rey, en defensa de la causa morisca, donde decía textualmente:»… Nuestras bodas, zambras y regocijos, y los placeres de que usamos, no impide nada al ser cristianos. Ni sé cómo se puede decir que es cerimonia de moros; el buen moro nunca se hallaba en estas cosas tales, y los alfaquís se salían luego que comenzaban las zambras a tañer o cantar. Y cuando el rey moro iba fuera de la ciudad atravesando por el Albaicín, donde había muchos cadís y alfaquíes que presumían de ser buenos moros, mandaba cesar los instrumentos hasta salir a la puerta de Elvira, y les tenía este respeto. En África ni en Turquía no hay estas zambras; es costumbre de provincia, y si fuese cerimonia de seta, cierto es que todo había de ser de una misma manera. El arzobispo santo tenía muchos alfaquís y meftis amigos, y aun asalariados, para que informasen de los ritos de los moros, y si viera que lo eran las zambras, es cierto que las quitara, o á lo menos no se preciara tanto dellas, porque holgaba que acompañasen al Santísimo Sacramento en las procesiones del día del Corpus Christi, y de otras solemnidades, donde concurrían todos los pueblos á porfía unos de otros, cual mejor zambra sacaba, y en La Alpujarra, andando en la visita, cuando decía misa cantada, en lugar de órganos, que no los había, respondían las zambras, y le acompañaban de su posada a la iglesia. Acuérdome que cuando en la misa se volvía al pueblo, en lugar de Dominus Vobiscum, decía en arábigo: Y Bara Ficum, y luego respondía la zambra…».

Don Íñigo Hurtado de Mendoza, tercer marqués de Mondéjar, CAPITÁN GENERAL Y VIRREY DEL REINO DE GRANADA, en una de las varias cartas que le escribió al rey, intentando detener la entrada en vigor de las «Normas de La Capilla Real», le decía «… las zambras y leylas son lo más importante de sus fiestas y para mí es fe de que eran los regocijos que ya usaban los señores romanos…» . Y este señor, a pesar de su ancianidad, estuvo a punto de degollar a don Pedro de Deza, en la sede de la Real Chancillería, en defensa de los moriscos. Se lo impidió su hijo, el Conde de Tendilla, que le salvó la vida al zamorano.

Dejando por asentado que el cante flamenco, con las zambras y las leylas, nacieron en Granada, y que, como aseguran Franciso Núñez Muley y el Virrey del Reino de Granada, no eran regocijos de origen moro, sino que eran costumbres de provincia, hay que conocer que, ante la tozudez del Cardenal Espinosa y de don Pedro de Deza(que había nacido en Toro-Zamora, cazurro por tanto), la guerra fue inevitable a pesar de los esfuerzos de la nobleza cristiana de aquellos días, que puso todo su empeño en evitarla. Tras la guerra, cuando el marqués de Mondéjar fue retirado de Granada por el rey, con la excusa de que presidiera el Consejo de Castilla, don Pedro de Deza, como ansiaba, fue promovido al cardenalato, como la otra forma de alejarlo de Granada por su inquina contra los moriscos. Tras la guerra, cuando los moriscos quedaron a merced de la Inquisición, se vieron en el peor de los desamparos, pues eran agraviados, humillados, desmoralizados, deshonrados e insultados, cayendo en un desánimo tal que, incluso siendo libres, se sometían voluntariamente al vasallaje y a la esclavitud de los nobles, que eran los únicos capaces de librarlos de los clérigos. Muchos moriscos, que cayeron en la más denigrante de las

esclavitudes, al ser grandes trabajadores y artesanos, le proporcionaban a sus dueños unos beneficios enormes y ellos, que recibían una parte del importe de esos beneficios, se redimían de la esclavitud comprando su libertad; pero, cuando les quedaba una cantidad ínfima por pagarles a sus señores, jamás la saldaban porque estos señores los defendían de la Inquisición y eran bastante tolerantes con ellos. Así, el marqués de Villena, por ejemplo, llegó a tener cientos de artesanos moriscos a su servicio y comerciaba sus producciones artesanales obteniendo enormes beneficios. Por ello, fueron todos los nobles granadinos los que ampararon a moriscos y a gitanos. Pronto se corrió por Andalucía la voz de que los moriscos del Reino de Granada, en régimen de semiesclavitud, enriquecían a sus señores. De inmediato, vinieron a esta tierra, para llevarse moriscos a sus feudos, los nobles de toda Andalucía, porque se decía en ella que «EL QUE TIENE MORO, TIENE ORO». Y como los gitanos se hallaban en una situación semejante, rechazados y perseguidos por los cristianos, pronto nació una gran fraternidad entre las clases más desgraciadas y perseguidas. Y los moriscos les enseñaron sus artes en la forja y en la ganadería( la Historia nos habla de algunos gitanos que, en los siglos XVI Y XVII, fueron auténticos virtuosos con los herrajes) y, ¡como no!, les transmitieron sus cantes y sus bailes. Y esos cantes y esos bailes del Reino de Granada fueron difundidos por Andalucía. En una carta enviada por don Pedro de Deza al cardenal Espinosa, donde le habla de sus cuitas con el marqués de Mondéjar, le dice: «Mientras yo defiendo, con su santidad, actuaciones inmediatas y eficaces que los traigan sin demora al seno de nuestra Santa Madre La Iglesia Católica, él propone y exige que demos plazo a soluciones y que intentemos resolverlas con el diálogo. También pide, en nombre de la nobleza cristiana del Reino de Granada, que se respete el señorío que los aristócratas ejercen sobre muchos nativos, que á veces, según dicen él y sus apoyos, son quiénes los mantienen y enriquecen. Y no los defienden por otras razones que sus intereses pecuniarios, por ganar dinero a costa dellos. Sepa su eminencia que hay un dicho popular que asegura que «quien tiene moro, tiene oro»… Son unos trabajadores excepcionales, sobrios y nada problemáticos, gentes que igual templan los más finos aceros como forjan los más bellos enrejados o les curan las heridas y mataduras a los animales o hierran como nadie a las caballerías. A cambio, les permiten que practiquen sus hábitos y su religión, que hablen en algarabía y que canten y bailen sus zambras y leylas con libertad. Creo que no debemos tolerar que los egoísmos de nadie truequen o quebranten los planes de Nuestra Santa Madre Iglesia o que aliente la insatisfacción y el descontento…» .

En el año de gracia de 1,609, La Santa Inquisición denunció que había detectado en Valencia a unos comandos ingleses, que desembarcaron para sublevar a los moriscos valencianos contra el rey. Les prometieron que Inglaterra les prestaría ayuda, a ellos y a los granadinos, si éstos se querían volver a levantar, para derrotar a los cristianos y reinstaurar en Reino Moro de Granada. Sintiéndose débil y arruinado, ante las presiones del clero, el rey decidió expulsar a los moriscos de España. Fue una tragedia tremenda aunque bastantes de ellos se habían promocionado en la sociedad cristiana y poseyeron el suficiente caudal para comprarle a La Inquisición el certificado de limpieza de sangre preciso. O sea, que les compraban a los inquisidores su licencia para permanecer aquí. Y aunque no fueron pocos los moriscos que lo consiguieron y se quedaron en esta tierra, (y se dio el caso

de que algunas cristianas viejas fueran expulsadas por su matrimonio con moriscos), se dejó de oír la algarabía y se dejaron de ver los ropajes moriscos, aunque sus cantes y sus bailes habían quedado en poder de los gitanos y de los trajinantes, gentes pobres e incultas que cumplieron con el impagable deber de transmitir ese eximio arte a la posteridad. Durante siglos, el flamenco, hay que reconocerlo, fue el arte de las tabernas y de los lupanares, de los gitanos, de los pastores de cabras y de los arrieros hasta que, otra vez Granada, la Granada cultural del año 1,922, hace ya casi un siglo, lo promocionó a la categoría de cante grande. A nosotros nos dejó los fandangos del Sacromonte y de Rioseco, las granaínas, las medias granaínas, LAS ZAMBRAS, primero madres y luego hermanas del arte; los verdiales y todos esos cantes y bailes, «los palos» que lo enriquecen. Había un refrán despectivo para menospreciar al arte de «cabreros, arrieros y gitanos, primos hermanos». Es nuestra triste realidad: que lo más grande y eximio de nuestra cultura tiene que llegarnos saturado de heridas morales. ¡Nosotros somos así…! ¡Bueno!, pues, a pesar de todo, a Granada no se le hace ni el más mínimo caso y se le vuelve a ningunear desde Sevilla.

Para terminar, quiero apuntar una muestra, siquiera una, entre otras más que podríamos buscar, de que los moriscos granadinos hicieron grandes aportaciones al cante flamenco; es la siguiente:

La palabra árabe SEGUIR significa chica o pequeña. La palabra SEGUIRIYA, que es una modalidad del cante flamenco, significa » LA PEQUEÑILLA».

No quiero acabar este artículo sin una pregunta al lector: ¿Siente usted la misma desazón que yo al conocer el desaire que le han dado a Granada?. Inconcebible, después de saber que los primeros SEISES FUERON LOS MOZOS GANDULES DE GRANADA, QUE DANZABAN Y CANTABAN DELANTE DE LA CUSTODIA Y DE FRAY HERMANDO DE TALAVERA. ¿Cuantas acciones de este tipo hemos de sufrir todavía los granadinos para que se despierte nuestra consciencia?.

Los mercados ganaderos del JUEVES eran contemporáneos de la feria de Medina del Campo y la feria del Corpus de Granada fue Instaurada por los propios Reyes Católicos…

Sería demasiado trágico que a los granadinos sólo nos quedara el derecho a las añoranzas.

Bibliografía: en mis tres novelas:

«Al Zagall: El Principe Valiente»

«El ültimo Suspiro del Rey Boabdil»

y «La Sombra d ye Aben Humeya»

Autor: Leonardo Villena Villena. Maestro de escuela jubilado y novelista.

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